Los oros de América
21 de noviembre de 1991¿Método Natural?
9 de abril de 1993¿Por qué escribí LA CARRETILLA ROJA?
¿Por qué hice el documental Macuro?
¿Por qué preparé un Proyecto titulado: “Creación y Desarrollo del Centro de Artesanías y Turismo para Macuro”, marzo 1999?
La respuesta está en LA CARRETILLA ROJA. ¡Nelson Cedeño es la respuesta!
La vida con Nelson es otra bella historia por contar.
Relato de Macuro. Un cuento en dos partes, basado en hechos reales.
6 de enero de 1992
PARTE I
En el sureste de la península de Paria está Macuro. Pequeño poblado de pescadores, es un puerto al que sólo puede llegarse por mar. Son pocos los peñeros que comunican a Macuro con Güiria, la ciudad más cercana.
Cristóbal Colón pisó por primera vez tierra firme del continente americano en Macuro en 1498, y pensó haber llegado al Paraíso Terrenal. A excepción de la explotación de una mina de yeso, en ese pequeño rincón de Venezuela, hoy casi desconocido, la naturaleza está intacta, tal como lo encontró Colón.
Una población de poco más de dos mil habitantes vive en Macuro. La mayor parte son menores de edad. Los niños de Macuro son niños felices, juegan sin peligro alguno en sus anchas calles de tierra. No hay automóviles. A muchos, la Navidad les trajo bicicletas de regalo. En las festividades de Pascua y Año Nuevo llenaban la calle principal con las bicicletas, cuando no con sus carretillas.
En Macuro todo pasa en el medio de la calle, a la vista de los vecinos. Los mayores se sientan en las puertas de sus casas a conversar. Los niños corren, gritan y juegan. Los animales pasean tranquilos y ocasionalmente un agricultor de vuelta del conuco la atraviesa con su burro cargado.
Hay siete bodegas. Prácticamente todo lo que se vende en Macuro llega por bote desde Güiria: las cajas de cerveza, el arroz, el aceite, los muebles, los colchones, las máquinas, y las bombonas de gas entre otras cosas. Por suerte, ya hay un buen alumbrado público instalado en altos postes a lo largo de las aceras de las calles del pueblo y así el 31 de diciembre toda la población se abrazaba deseándose el feliz año en sus calles bien iluminadas, pues hasta hace poco tiempo la planta eléctrica, echada a perder por más de seis meses, mantenía sin luz a la población.
En Macuro no hay mercado. Es probablemente el único pueblo de Venezuela donde no lo hay. Los macureños no siembran o lo hacen muy poco, aún cuando la tierra es muy buena. Pescado sí se vende, se consigue fresco y salado. Todavía no hay fábrica de hielo y se debe traer desde Güiria.
Prácticamente no hay teléfonos en Macuro. Los dos monederos pasan descompuestos la mayor parte del tiempo. Algún desalmado los daña y CANTV toma tiempo en arreglarlos. Hay una oficina de IPOSTEL. No hay bancos en Macuro desde 1937 cuando la sucursal del Banco de Venezuela cerró sus puertas al trasladarse a Güiria todas las actividades importantes que antes se hacían en Macuro. Hay un acueducto que permanentemente envía agua muy pura, se pagan por vivienda unos cuatro bolívares de agua al mes. Es usual ver en las cocinas de las casas cómo se deja el chorro abierto correr, mientras la señora hace otras cosas o se voltea a conversar.
Las puertas siempre están abiertas, los niños entran y salen, los perros también. Los vecinos se visitan, se saludan, intercambian comentarios y las últimas novedades. Al poco rato de un acontecimiento toda la población está enterada, así los amores, los pleitos, se divulgan de inmediato sin radio, prensa, ni teléfonos.
Cuando a Güiria llegó la carretera, todo cambió para Macuro. El cuartel fue trasladado para allá, así como también la aduana. Macuro está en una zona inaccesible por tierra y la construcción de una carretera sería demasiado costosa. Pienso que "costosa" en la doble acepción de la palabra: monetariamente sus costos, debido a las características del terreno, no justificaría la inversión, pero a la vez, el costo social que podría acarrear la carretera al abrirle a Macuro la entrada y la salida terrestre, traería consigo el quebrantamiento de su encanto y belleza natural. El Macuro actual, si se lo piensa a futuro con calles plenas de carros, ruido de cornetas, aceite, humo de tubos de escape y demás daños ecológicos consecuentes, se acabaría para siempre. Macuro, tal como está, es hoy un pueblo mágico.
El tipo de relaciones sociales y económicas de su población es también muy particular. Como no hay banco, no hay chequeras y no se conocen ninguna de las diferentes fórmulas del dinero electrónico que se manejan hoy en las ciudades. Todo el dinero circula en efectivo. Es usual ver gruesos rollos de billetes en las manos de los hombres, y las mujeres los guardan entre sus senos. Se habla del dinero sin recelo alguno. Se nombran miles de bolívares como si se hablara de granos de arroz y los niños siguen también el mismo modo de los adultos. Así los niños trabajan, cargan en las carretillas los bultos que llegan en los peñeros y los transportan a las bodegas o a las casas. El viaje más barato es de diez bolívares. Según el tamaño, la cantidad y el peso, se acuerdan otras tarifas. Los niños sacan las cuentas de cuánto dinero hicieron al día.
Algunos muchachos son dueños de su carretilla, pero también se acostumbra mucho el "alquilar" carretillas. Así se ha desarrollado un capitalismo muy particular, donde un niño puede alquilar a otro su carretilla, quedarse jugando y el que trabaja al cobrar debe pagarle al dueño. Por los transportes de diez bolívares paga cinco, por montos superiores debe pagar la tarifa máxima: diez bolívares por viaje.
En Macuro no hay buhoneros, no hay más tiendas que las bodegas, y ni siquiera hay, que hacen falta, ventas de arepas, empanadas y café en la calle. Parece que no les gustara a los macureños trabajar en ésto. Por el contrario, algunas mujeres venden productos en sus casas. Cada quien se especializa en vender uno. Cigarrillos y pescado vende ocasionalmente Sófora Cedeño, el gas siempre lo vende Silvia, las gallinas...
Hay dos templos, el católico que ocasionalmente atiende, según me contaron, el Padre Jorge, de Teología de la Liberación, quien es muy querido y viene desde Güiria; y el Evangélico, que el día de Año Nuevo estaba abierto y por su alto parlante los caminantes en la calle escuchaban la prédica encendida del pastor a un grupo de fieles.
Los niños asisten al Grupo Escolar. La Educación Básica la imparten diversos maestros y ya está abierto el séptimo grado -primero de bachillerato- y se continuará hasta el noveno a medida que avancen.
Existe La Casa del Banco. Frente al puerto, al lado de lo que fue el viejo cuartel, hay una pequeña casa perfectamente pintada con su titular dibujado en la fachada. Tiene una placa que explica que allí funcionó la Oficina del Banco de Venezuela hasta su traslado a Güiria. Hoy el Banco la acondicionó y dotó como biblioteca especializada para niños, con libros y betamax. (A Macuro llega la televisión de Trinidad, no la de Venezuela, es en inglés, no la entienden y gran parte de los programas vienen de la India).
La Casa del Banco fue donada por el Banco de Venezuela a la Biblioteca Nacional para su funcionamiento, ésta la pasó administrativamente a la Gobernación del Estado Sucre, y actualmente tiene varios meses cerrada. Según me contaron, la señora a la cual se le confió la biblioteca se fue, no se sabe si dejó la llave y no se ha nombrado a nadie para sustituirla. Para el momento en que escribo, los niños están sin asistir a la escuela durante todo el trimestre, atendiendo a la orden de suspensión de clases dictada por el Ministerio de Educación y tampoco pueden ir a la Casa del Banco pues nadie la abre.
La comunidad está organizada y quisiera que le dieran la Casa del Banco para administrar por sí mismos. Existe una Asociación de Vecinos que trabaja mucho, en su seno hay una figura universitaria, Eduardo Rother, que decidió mudarse a vivir en Macuro. Hasta hace pocos años estuvo también María Elena Huizi quien junto con él fundó el Museo de Macuro, otro de los hechos más sorprendentes que se encuentran allá.
El Museo de Macuro está en una esquina de la calle principal. Es una hermosa casa de un piso, pintada de blanco y azul, con sus altas puertas y grandes ventanas, con espaciosas dependencias al lado de un corredor situado lateral al patio interior, respondiendo a la arquitectura tradicional venezolana, construída posiblemente a principios de siglo. Aún se dejan ver sus hermosos techos de caña brava, hoy protegidos por planchas de zinc, y piden volver a su antiguo esplendor. Era la vivienda del Coronel que destacado en Macuro regía en la población.
En el zaguán del Museo sorprende encontrar pintura mural. Un fugitivo de Cayena, Albert, dejó plasmadas allí cercano a los años 1927-28, pinturas de lo que para él fue Macuro e imágenes de sus recuerdos europeos. Hay mujeres parecidas a las clásicas griegas pero vestidas a la moda de los años locos, después de la primera guerra mundial, peinados "a la garçon" y las minifaldas charleston. Hay una vista de Macuro de la época, sin la fábrica de yeso. Otro mural representa una cacería de osos, hay soldados con sombreros tipo armada norteamericana, cargando fusiles y bayonetas. También en un paisaje invernal, tal vez de Francia, gente que camina... Ese fue el Albert de Macuro, que un día llegó fugitivo y otro día se volvió a escapar.
El Museo está dirigido por Eduardo Rother, cuenta con una amplia biblioteca, allí se dictan cursos de creatividad infantil, los niños realizan dibujos con témpera y gouache. Desde el Museo se planifican importantes proyectos para Macuro y el desarrollo de su población, entre ellos el impulsar trabajos artesanales a partir de la formación de la población en oficios. (Hay también, recientemente, una sede del INCE). El Museo está en permanente espera de la visita y el necesarıo respaldo financiero de la dirección de Museos del CONAC.
Macuro está lleno de personajes sorprendentes, tanto que al adentrarse en él se torna cual un macondo en donde pueblo y aconteceres entremezclados tejen historias insólitas que lo convierten en ese pueblo mágico.
La población es muy buena, atenta, de saludo y sonrisa prestos, aún cuando su ritmo de trabajo es lento, tal vez el normal de las regiones donde el color, el sol y la falta de la rigurosidad del invierno que obliga a la previsión, aletargan al hombre. A una gran parte de sus habitantes les falta motivación e iniciativa por el trabajo, el tiempo fluye lento, la vida pasa igual...
Las jóvenes, trigueñas y mulatas en su mayoría como todos allí, son muy lindas. Al poco rato de la conversación manifiestan que desean irse a otra parte, a donde sea, quieren trabajar y estudiar algo, sueñan con un trabajo en alguna ciudad, en la casa de una familia donde les permitan estudiar.
No hay muchos empleos en Macuro. Están los trabajadores de la mina de yeso, cuya planta sirve materia prima a Venezolana de Cementos VENCEMOS que está en Pertigalete; los pescadores, los bodegueros; los guardias nacionales; algunos conuqueros y hay los que se destacan como empresarios, son los tres dueños de botes, los peñeros que hacen los transportes a Güiria. Los pasajes valían hasta el 31 de diciembre ciento cincuenta bolívares, a partir de enero por la subida de la gasolina, ida y vuelta no más de cuatrocientos. Cada quien fija su tarifa.
Una señora tiene una pensión con seis habitaciones, en algunas se pueden acomodar hasta cuatro personas. Se llega sin reservación. Siempre hay cupo. Los huéspedes pueden cocinar ellos mismos, por supuesto deben llevar su comida. También pueden encargar a la mamá de la señora que les prepare comida.
En la casa de enfrente venden "helados". Son realmente sorbetes servidos en vasitos plásticos, de guayaba, parchita y mango, muy sabrosos y refrescantes. Cuestan ocho bolívares. En esa casa hay un refrigerador.
En las bodegas hay refrescos, y se bebe mucha cerveza. Los peñeros traen las cajas con latas y botellas según los pedidos de los bodegueros. Las cajas son bajadas en la playa y los niños que tienen carretillas compiten por el trabajo de llevarlas a su destino.
Así fue como conocí el pasado 30 de diciembre a Nelson Cedeño. Tiene nueve años, su rostro negrito está iluminado por una mirada viva y decidida, a la vez muy dulce, envuelta en unas largas pestañas rizadas. Es flaquito, habla pausado, pronuncia cuidadosamente las sílabas de las palabras, tal como él cree que deben ser, cualesquiera que sean, ya que el vocabulario en Macuro está lleno de palabras "groseras", de argot y de algunos vocablos extranjeros que vienen de Trinidad, y también palabras de origen francés, de las islas francófonas en la cercanía caribeña.
Cuando le pregunté a Nelson su apellido me dijo Cedeño. Le pregunté más tarde por el nombre de su mamá a quien deseaba conocer y me dijo Sófora Cedeña. Junto a ella más tarde aclaramos que es Cedeño y le pregunté a Nelson que por qué él decía Cedeña y me respondió que, porque Sófora es mujer... él pensaba que debía ser con "a".
Fui a Macuro por René-Pierre Famelart, mi marido francés, que ama los viajes de aventura, y con quien he recorrido casi toda Venezuela. Macuro, ese pequeño puerto de mar que es apenas un punto en una carta geográfica, era a la vez para mí un sitio de intriga, -¿cómo pudo una persona tan inteligente como María Elena Huizi haberse apartado por varios años de su vida profesional en Caracas e internado a vivir en ese apartado lugar?. Era también la curiosidad por conocer la fábrica de Yesos Macuro YEMACA, consecuente a la investigación que realicé para el proyecto de un libro sobre la fabricación del cemento y la visita a la ampliación de VENCEMOS en Pertigalete, al lado de Puerto La Cruz... era también el interés por nuevas playas, nuevos sitios. Pero, la idea de ir a la Península de Paria fue de René-Pierre y la tuvo en París, al ver una foto esplendorosa de un sitio en la península de Paria que exhibía Nouvelles Frontieres, una agencia de viajes que organiza tours de franceses a Playa Medina y lleva grupos a Playa Dorada, cerca de Irapa, al hospedaje que hoy desarrolla allí la familia Marín, sitio paradisíaco el cual también visitamos.
Encontré en Macuro muchísimo más de lo que fui a buscar, encontré tanto, que las escasas tres noches que pasamos allá, cambió en parte mi enfoque sobre muchas cosas. Aprendía tanto a cada instante, que estaba anonadada. No quería dormir, deseaba estar despierta y conversar con la gente. Sentí emociones auténticas, que se abrían durante la conversación con los macureños. Ellos no sólo hablan, se dá la tertulia. Las cosas se llaman por su nombre, su hablar es sencillo, las emociones afloran en todo momento.Y, sobre todo, la gente cuenta sus cosas, se comunica, ama, pelea, se disgusta, se odia..., y lo dice, no lo calla. Los instintos están allí mucho más a flor de piel de lo que nunca antes los vi. No juzgo ahora si ello es bueno o malo, sólo lo patento, y es gente siempre auténtica, no esconde. Habla sobre su trabajo, sus hijos, sus dolores, y manifiesta lo que desea, lo que aspira.
Marcelo, de franco rostro grande, es un botero, hombre bueno y muy apreciado, con varios hijos. El dolor que hoy vive Marcelo es inmenso, a los primeros días de noviembre su hijo Marcelito de doce años en tremendura de niños se quemó con gasolina, con la que prendía fuego al monte detrás de su casa jugando con otros dos amigos. En la medicatura, que funciona muy bien en Macuro, no estaba el médico en ese momento. Todo quemado lo envolvió en una cobija y se lo llevó al próximo puerto, Puente de Hierro, el médico allí no lo quiso lavar cuenta Marcelo y le recomendó llevárselo a Guiria. Sin radio, sin teléfono, en bote son dos horas de viaje hasta allá. En el Hospital de Güiria lo tuvieron varios días, no mejorando lo enviaron en ambulancia a Carúpano. Tres horas de carretera. Allí tampoco lo podían atenderlo bien y decidieron remitirlo a Cumaná. Nuevas horas de carretera. Al final, una sala de emergencia con el aire acondicionado muy frío, que no se podía apagar, como pedía el niño.
¿No hay aeropuertos, hospitales, helicópteros para atender a los heridos graves en el país y llevarlos rápidamente a los hospitales especializados en quemaduras? Marcelito murió en Cumaná, su papá narra todo con detalles, y las lágrimas brotan de sus ojos como un surtidor. El escuchar a un hombre golpeado hasta lo más profundo nos hace ver que la falta de desarrollo, el descuido del sector salud, la ignorancia en los diferentes niveles, golpéa y mata a los más humildes primero, y nos revuelve la rabia. Cuenta Marcelo que el médico de Puente de Hierro posteriormente le dijo que la quemadura de su hijo ¡no era mortal!
La señora que vende gallinas se llama Yelitza. Tiene treinta y siete años, está casada con un hombre de sesenta y cuatro. Las compra en Güiria, donde va dos veces al mes y las traslada en los peñeros en cajas de alambre de gallinero. A ella también se le murió un hijito, jugando con un arma cargada de su papá.
Los niños son muy libres en Güiria, también son muy tremendos. La educación en libertad es un desideratum de la sociedad, pero también la escasa edad de los niños los hace irreflexivos y por tanto, están expuestos a los mayores peligros.
Un caso excepcional es Silvia. Nació en Francia, se llama Sylvie Gautier. Su papá, el Mocho, era técnico en la fabricación de embarcaciones, un día decidió vender todo, comprar un velero e irse al Caribe. Estuvo en Guadalupe, en Martinica, llegó a Venezuela, pasó por Macuro y por esas cosas de la vida, allí se quedó. Traía a la pequeña Silvia de once años. También venían su mamá y un hermano. La mamá después de muchos años regresó a Francia y el hermano se fue a Puerto La Cruz. Silvia creció y se educó en Macuro. Es una rubia de mirada viva, rápida, inteligente; es una macureña más. Su piel blanca, en contraste con la de la mayoría de la población, no hace mella alguna. Habla como cualquier macureño, con su argot y vocabulario característicos. De cada cierto número de palabras unas tantas son palabrotas.
Silvia es encantadora. Su primer marido, un macureño de apellido Aray, vive ahora en Valencia, de él tuvo dos hijos rubios, Diego y Alexis. Ahora es la mujer de Marcelo el botero, y tienen al pequeño Nicolás, una mezcla de catire y criollo. Ella, muy emprendedora y con un espíritu de superación fuera de lo corriente, hoy se desenvuelve prácticamente sola. Es la dueña de su casa, de un peñero, Libertad, que mandó a hacer en Güiria, y de dos motores que sacó a crédito y ya pagó con su trabajo. Su bote es el primero en salir en la mañana. Todos los días alrededor de las cinco si no antes, con el mar todavía negro y la espuma blanca fosforescente lleva pasajeros de Macuro a Guiria.
Silvia es cual directora o jefe de navegación y tiene un asistente a quien llaman Mandinga. El usa una gorra de capitán, es quien maneja el timón. Le encanta su trabajo y lo hace muy bien, es un joven fuerte de veintisiete años y está enamorado de Carmen, una simpática muchacha de quince años. Carmen también quiere salir de Macuro. Silvia y Mandinga mantienen una muy buena relación de trabajo. Su bote siempre sale a la hora prevista, si no antes.
En Güiria, Silvia compra bombonas de gas. Ella también vende el gas, y no entrega la bombona hasta que el vecino le entrega la otra vacía. Antes tuvo un abasto, y ahora está remodelando su casa. Para admitir huéspedes ofrece una habitación con cama matrimonial y una cuna. Nosotros nos hospedamos en la casa de Silvia que es de una limpieza extrema. Está poniendo pisos de cerámica blanca en toda la casa y los mantiene inmaculados. El baño está igualmente así. Todo lo que tiene esa casa, como cuanto hay en Macuro, ha llegado por mar en peñeros.
Fue una sorpresa inmensa tanto para ella como para René-Pierre y para mí, habernos encontrado en el puerto de Güiria con destino a Macuro. Buscábamos al dueño del bote que salía para allá. Me dijeron que preguntara por la señora Silvia. Apareció una catirita joven, pequeña de estatura, fuerte, con una amplia sonrisa, el pelo cortado casi al rape, como hombre y hablando un venezolano más puro que el mío. A Macuro todavía no ha llegado el turismo, y el escaso es nacional. En este viaje, por cierto, coincidimos en el bote con un grupo de trece evangélicos que iban a recibir el año nuevo y a pasar una semana de vacaciones. Además, por supuesto se llenó con los macureños que desde diversas ciudades de Venezuela regresaban a pasar vacaciones en el pueblo con sus familias.
Silvia sola merece una historia aparte. Su vida es bien interesante y todavía, es seguro, hará muchas cosas más. Ahora es cuando empieza. Quiere crecer, hacer un hotel en Macuro, enviar a sus hijos a un internado con mucha disciplina y para ello partió sola un día a buscarlo, estuvo por Los Teques, El Junquito y por Mariches, todos los lugares que le recomendaron, no consiguió nada para niños de primaria y se devolvió. Todo eso lo hizo sin conocer, viajó en autobuses, en taxis, en camionetas, a partir del Nuevo Circo.
Como Silvia pasa todo el día en el mar, Anita, una joven muy alta atiende todo en la casa. Cocina, limpia, envía a los grandes a la escuela cuando hay clases, y cuida al pequeño Nicolás. Anita prepara la comida. Sabe cocinar muy bien, le gusta hacerlo, comimos su pan, las típicas dumplinas que son muy sabrosas. Nos preparó unas tazas de cacao. El cacao en oriente, al natural, es vendido en las bodegas bien en bolitas o en panelas, se derrite en agua hirviendo y es de sabor agradable.
Anita tiene un cuerpo muy espigado. Mide un metro ochenta y pico, tiene un rostro bellísimo, negra intensa es su piel. Su sueño es irse de Macuro y conseguir un trabajo donde pueda estudiar y luego ser modelo.
Algunos europeos han llegado a Macuro. Un alemán y el Mocho Gautier han sido los enraizados en los últimos años. Gautier fue conuquero, cuando él trabajaba allá sembró de todo y lo vendía en el pueblo. Ahora está en Puerto La Cruz. Nunca volvió a Francia. Silvia tampoco podría volver, sus costumbres macureñas estarían totalmente fuera de lugar en la cultura francesa, considero yo. Ella apreció muchísimo la cena de año nuevo que preparó René-Pierre: pollo a la salsa de mango y luego la del primero de año: filetes de mero en salsa de guacucos a la crema de leche.
Lo más maravilloso que me ocurrió en Macuro fue haber conocido al niño Nelson Cedeño y haber vivido la experiencia de la carretilla roja. Este será el tema de mi próximo relato.
PARTE II
En la casa de Silvia nos hospedamos René-Pierre y yo como miembros más de la familia. Se nos trata con deferencia, comemos la misma comida y compartimos el mismo único baño.
De los hijos de Silvia, Diego es el mayor y la ayuda en el bote. Tiene una nueva bicicleta grande. Alexis es muy callado y es el dueño de una carretilla con la que acarrea bultos desde el puerto y Nicolás, el pequeño de dos años, recibió de regalo de navidad un triciclo con el cual hace carreras a todo dar por la calle principal, generalmente desnudo en pelota que es como más le gusta, además de ir descalzo.
Nelson Cedeño es un vecino y el mejor amigo de Alexis. Este es un catire de pelo liso casi blanco, mientras que Nelson lo tiene negro, ensortijado y muy apretado. Siempre están juntos. Podríamos decir que Alexis es "rico", porque su mamá tiene casa propia, es muy trabajadora y produce dinero, y mientras ella trabaja lo atiende Anita que cocina muy bien. Nelson, por el contrario, es el mayor de cinco hermanos, vive con Sófora, su mamá, en una casa que era parte del viejo cuartel, tienen un espacio grande dividido en tres partes: a la entrada está un patio sin techo, a la derecha dos salas, en la primera está la vieja cocina y separada por un tabique la habitación para dormir. Hay dos camas matrimoniales, una con colchón y la otra tiene solo jergón. Allí duermen ella y sus cinco niños. Algunos trastos están colocados en tramos en la pared. A la izquierda del patio hay una batea y un tubo. Es el agua que llega a la casa, allí se cepilla Nelson.
Era el treinta y uno de diciembre de 1991 y nos sentamos en una terraza al fondo de la casa a almorzar con Alexis, Silvia había salido en el bote. Nelson nos siguió y se sentó en el pretil a conversar con nosotros. René-Pierre y yo nos vimos la cara y deseábamos invitarlo a almorzar pero no podíamos hacerlo pues no era nuestra casa y haciéndolo romperíamos los códigos permanentes del pueblo. Sófora tiene cinco hijos, vive enfrente, y cada quien come en su casa. Anita trajo tres platos servidos con trozos de pollo y muchísimo arroz.
Alexis no tenía hambre. Se estableció un diálogo entre los niños en el cual Alexis le cobraba un dinero a Nelson y éste le sacaba una cuenta que al otro no le satisfacía.
Nelson: - Hice cuarenta y cinco bolívares, sesenta bolívares.
Alexis: - Tú cobraste diez por el primer viaje y por el viaje de la bodega te pagaron cuarenta, cincuenta...
Nelson: - Tú crees que yo saco mal las cuentas. Son cinco bolívares por el primero y por la bodega son diez bolívares, son quince bolívares. Y cuarenta y cinco bolívares son sesenta bolívares.
Nelson siempre que habla de dinero pronuncia completa y parsimoniosamente la palabra bolívares cada una de las veces. Suena mucho el dinero en boca de un niño.
Nosotros no entendíamos lo que se traían entre manos y yo decidí intervenir en la conversación.
María Cristina: - ¿Qué es lo que pasa? ¿Cómo es la cuenta? ¿Alexis le está cobrando a Nelson? ¿Qué es lo que se cobra?
Y allí fue que intuí una especie de relación de explotación capitalista que se da entre los niños, como "uso y costumbre" del pueblo y establecida por sí mismos.
Luego aprendí que una vuelta de bicicleta también produce cinco bolívares al dueño que alquila.
Supe que Nelson hizo dos viajes que debía cancelarle a Alexis que era el dueño de la carretilla y éste creía que el otro había cobrado más. Esto, mientras nosotros comíamos y tomábamos cerveza y Nelson no comía nada.
Nelson empezó a contar que él estaba reuniendo para comprar una carretilla. Le daba todo el dinero que ganaba a su mamá para guardarlo y comprársela más adelante y así cuando él tuviera la suya, no le alquilaría más a Alexis. Continuó:
Nelson: - Una carretilla vale cinco mil bolívares, yo tengo guardados dos mil bolívares... cuatro mil bolívares... porque yo voy reunir veinte mil bolívares... (y se escuchaba como un martilleo la palabra bolívares) y yo voy a cargar más cajas de cerveza, porque las cajas de cerveza las pagan más caro, treinta bolívares, pero lo que pasa es que a veces tango fatiga y no puedo cargarlas...
Se hizo un silencio...
Alexis: - Nelson, ¿tú tienes hambre?
Nelson: ...
Nelson hundió la cabecita entre los brazos y no dijo nada.
Intervinimos René-Pierre y yo, y junto con Alexis invitamos a Nelson a sentarse a la mesa, y no había un cuarto plato. Lo buscamos y la casi totalidad de la comida de Alexis, que era copiosa y él no la quería comer, se la serví a Nelson junto con un trozo de mi pollo. Nelson ya no habló más. Le preguntamos qué había comido ese día.
Nelson: - Nada.
Después del almuerzo hablé con Nelson. Le pregunté si él tenía madrina.
Nelson: Sí, la señora Crucita.
Le dije que yo quisiera ser su madrina de confirmación. El no sabía qué era eso y debí explicárselo. Le propuse que él y yo íbamos a hacer un negocio. E1 pondría lo que tenía reunido para comprar la carretilla y yo le completaría el resto. En ese momento él casi no me conocía, estaba receloso pero complacido, tímido y no parecía muy convencido. Le pregunté por su mamá y le dije que quería conocerla.
Nelson: - Ella todavía está durmiendo. (Eran más de las dos).
María Cristina: - Luego, cuando ella se levante.
Conocí a Sófora esa tarde. Es una macureña hermosa de veinticinco años, rostro de facciones finas, naríz respingada, pelo afro y un atractivo cuerpo algo rollizo por sus cinco hijos. Me daba cuenta de que era difícil comunicarle todo lo que estaba sintiendo por Nelson porque yo era una extraña.
Le hablé de Nelson y de lo que me había encantado.
María Cristina:- Lo veo tan trabajador, él siempre está corriendo para hacer transportes con la carretilla, ayudando, amable.... Le dije que quería ser su madrina de confirmación. Ella tampoco sabía lo que era eso (Silvia me dijo más tarde que en Güiria sí confirman porque allí confirmó a Alexis con el Padre Jorge). Luego le hablé de la carretilla y me corroboró que sí es cierto que ella le tiene guardados más de quinientos bolívares a Nelson, ganados por él. Le propuse el negocio, ella me oía sin decir nada, pero tampoco decía que no. Al final me invitó a su casa y quedé en pasar por allá.
Sófora convino en que yo sería la madrina, también en que se le comprara la carretilla a Nelson entre las dos. Durante la visita a su casa tomamos fotos de ella y sus niños. Me obsequió un pescado salado. Quedamos en que me daría el dinero de Nelson y luego decidió que ella iría también hasta Güiria para hacer unas diligencias y que allá me lo daría.
Silvia, que conoce a Sófora de toda la vida, pensaba que ella no tenía el dinero, que se lo había gastado.
Al día siguiente vi por casualidad el almuerzo de Nelson, un gran plato de arroz y un huevo frito. En la noche le pregunté qué más había comido. Eso era todo por el día. Esa noche volvió a comer con nosotros en casa de Silvia, pero ¿Los otros cuatro hermanitos? !Silvia no puede alimentarlos a todos!
Me averigüé por allí: Ellos son una de las familias más pobres de Macuro.
Enseñé a Nelson a escribir un sobre y cómo enviar una carta. Yo lo escribí y él lo repitió igual. Ya terminó primer grado, lo hizo dos veces. Ahora sí pasó a segundo pero la Escuela no ha empezado todavía por la suspensión de clases.
René-Pierre opina que el sistema de relación económica que yo califiqué de explotación capitalista le permitía a Nelson alquilar y con ello producir dinero, con lo cual ahorra para comprar su carretilla y su mamá puede adquirir comida, por lo tanto, le servía.
Llegó el día dos de enero, nuestro regreso de vacaciones. La salida del bote estaba prevista para las cuatro de la madrugada, por eso Silvia nos llamó desde las tres. Cuando salí a la calle pasé por la casa de Sófora, que está frente al puerto. La luz estaba encendida y la puerta de entrada semiabierta. Ella ya estaba lista.
Le pedí que lleváramos a Nelson. El se vistió con el blue-jean que le dieron con "la beca" y una camisa blanca manga corta, el cinturón blanco, (sólo allí en Güiria comprendí la importancia de las becas alimentarias, del pote de leche, el kilo de arroz y el paquete de harina pan, más los mil bolívares mensuales por niño, además del pantalón que da el Ministerio de Educación a los inscritos).
Nelson es pobre, pero es muy limpio y siempre está bien arreglado. Era muy temprano y tenía sueño. Las dos horas de bote entre Macuro y Güiria las pasó dormido. Cuando llegamos allá, René-Pierre y yo debíamos esperar que descargara el bote para recibir nuestro equipaje y colocarlo en el carro que allá habíamos dejado guardado. Mientras tanto pasó algo muy raro:
Sófora y Nelson se nos perdieron. Allí no había casi nadie, eran las siete de la mañana del segundo día del año, era imposible no verlos. Cuando ya nos marchábamos nos encontramos con Nelson que con cara angustiada nos venía a buscar.
René-Pierre: - ¿Dónde estabas? ¿Dónde está tu mamá?
Nelson: - En la panadería.
En el carro con Nelson y Silvia fuimos a buscar a Sófora. Ella ya venía hacia el puerto, y tranquila nos dijo que estaba haciendo una diligencia.
Sófora: Aquí está el dinero de Nelson.
Delante de todos me entregó los seiscientos bolívares que Nelson había trabajado para comprarse la carretilla. Yo los recibí e hice lo mismo que hacen ellos en Macuro: los conté frente a todos y dije: Hay seiscientos bolívares.
Nelson lo vio todo. Su sueño de tantos meses ¿años? se concretaba delante de los propios ojos de todos nosotros.
René-Pierre nos invitó a desayunar en una arepera. Nelson comió dos arepas de cazón y una malta. Enfrente quedaba una ferretería y desde el carro al pasar había visto una carretilla roja. Me fui antes que los demás para averiguar. Cuando llegaron ya estaba cerrado el negocio. Costaba mil ochocientos. Rebajaron cien bolívares que se los regresé a Nelson y René-Pierre pagó por mí los mil doscientos bolívares que completaban el precio. El rostro de Nelson era de total felicidad.
Silvia: - Hay que pintarla, si se deja así se va a oxidar, vienen con pintura mala.
Quedaron en que ella le daría la pintura a Nelson en Macuro
Nelson:- La quiero pintar de su mismo color.
Al poco rato, por la larga calle de Güiria que va de la arepera al muelle, el niño Nelson Cedeño caminaba airoso rodando la carretilla roja con la cual tanto soñó.
Es la que le permitirá trabajar, ganar y darle a su mamá para comprar comida para ella y sus hermanos. El es el hombre de la casa y tiene ya su propio instrumento para trabajar y así no tiene que alquilarle a otro. También acordamos que Silvia le abriría en el banco de Güiria una cuenta de ahorros para guardar dinero para sus estudios, cuando sea mayor.
René-Pierre: El mal negocio lo hizo Alexis dijo dirigiéndose a Silvia.
Ella se rió.
Sófora caminaba lentamente unos diez metros detrás de Nelson siguiendo a su hijo y ambos sonrientes con la mano nos decían adiós.
Ese mismo día a las dos de la tarde debió llegar a Macuro el peñero Libertad timoneado por Mandinga. Junto con Silvia, llevaba entre los pasajeros a Sófora, Nelson y la carretilla.
Cuando vayan por las calles de Macuro, es seguro que encontrarán al niño Nelson Cedeño con su risueña mirada y parsimonioso hablar transportando la mercancía de los bodegueros en su flamante carretilla roja.